Otro relato sobre violencia en Colombia: La virgen de los sicarios

Es claro que la obra La virgen de los sicarios de Fernando Vallejo nos remite a una relación directa entre Colombia y su estado de desigualdad social, violencia e hipocresía. Una novela que cuenta con crudeza e ironía, la situación de los sujetos –y no personas– de Medellín, esa ciudad que es una sola pero que tiene fragmentada el alma en dos, la Medellín de los habitantes de la tierra, los muertos vivientes que producen ruido sin parar y el Medallo cercano al cielo, la de los próximos muertos, los N.N que se encargan de traer el silencio a la tierra, ambas partes igual de fragmentadas serán reveladas para nosotros gracias a Fernando que a través de sus amoríos y recuerdos de infancia nos da un tour de narcoturismo por la ciudad.

De esta forma, el suelo paisa no es mostrado como un suelo amable sino como un campo de batalla, una zona de intolerancia en donde en cualquier plaza, medio de transporte o cafetería alguien puede perder la vida por cualquier razón; un relato ficticio que podría ser la historia de alguno de los habitantes (presentes y pasados) de esta ciudad ‘amable’, por esto, más que tratar la vida de un escritor que vuelve a su ciudad retrata la vida de los jóvenes sicarios que se convierten en sus ‘amigos’ y amantes. Muchachos que crecen con ideales de vida muy marcados, vivir y matar y no dejar que los maten y en caso tal de que esto suceda tener quien los vengue, debido a esto las adquisiciones materiales se vuelven en el incentivo de todos estos jóvenes que desean lo mismo: unas cuantas mudas de ropa de marca, electrodomésticos y una cantidad significativa de dinero, al que nunca podrían acceder si trabajaran para el Estado.

En la narración también se presentan los temas de la homosexualidad, el abuso de drogas, la ineficiencia del poder político y una ferviente devoción a los símbolos religiosos, éstos, aunque parecen problemas divergentes son el resultado de un mismo fenómeno: el deshilachamiento de la identidad de los lugares y la consolidación de unos nuevos, unos traídos por la fuerza de la situación, impuestos por el desplazamiento, la pobreza y la violencia y es por esto que las comunas resultan siendo un ícono tan importante en la historia, pues allí se condensan las diferentes problemáticas sociales al parir jóvenes asesinos que paren hijos y matan a los hijos de otros para llevar sustento a sus casas pero también dolor y más violencia.

Así lo único seguro para todos es la muerte, el espacio de silencio en donde ya no valen las quejas ni la intolerancia, donde ni la plata, ni los tennis de marca, ni el presidente con soluciones radicales al conflicto sirven para algo, pues todos, ricos y pobres, sicarios y víctimas son llevados a la morgue a identificar y luego enterrados para que lo único que quede de ellos sean sus recuerdos y sus nombres en unas lápidas.