La expulsión de los artistas de la República platónica

Daniela Mesa Cardona
6 min readFeb 10, 2023

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Si bien, toda utopía es pensada con el ánimo de crear un paraíso terreno; un lugar mejor que logre transformar la vida del hombre y que escape a las restricciones que se imponen en el momento en el cual se concibe la idea de un nuevo Edén. El significado de la misma palabra es además una advertencia, qué es la utopía sino una idea que no tiene lugar para la realización; la historia nos ha demostrado que a pesar de la ambición y, aún peor, la esperanza de retornar al paraíso perdido, el hombre, más que no poder construirlo, no puede lograr sostenerlo pues la voluntad que manifiestan y ejercen los hombres en la tierra siempre termina por colisionar.

Según la tesis utilitarista el hombre debe procurar que sus acciones beneficien a la mayoría de hombres, a pesar de que una porción de ellos se tenga que sacrificar. Esto puede llevar al hombre a debatirse entre dos ideas: aceptar el mayor beneficio para la mayor cantidad de personas accediendo a respetar y cumplir las demandas que se le hacen, sean cuales sean éstas, o imponer su voluntad e intentar, pues es su fin último, que los demás la cumplan. En cualquiera de los dos casos el hombre está manifestando su voluntad, en mayor o menor medida, en el primero de ésos se incurre en la sumisión, el hombre centra todo objetivo de su vida a obedecer en beneficio de seguir viviendo o incluso para que los demás lo sigan haciendo, en el segundo el hombre busca resaltar su individualidad e imponérsela a los demás, ambos casos se contraponen y resultan peligrosos.

Lo anterior no significa necesariamente que un sincretismo vaya a lograr que la humanidad llegue a un estado de convivencia pacífica, pues bien sabemos como hombres que viven bajo las leyes del mundo contemporáneo que el relativismo también es un arma de doble filo. Es difícil saber por qué la historia de la humanidad no ha llegado a convertirse todavía en un relato que se confunde y se pierde en la memoria del universo, tal vez sea la voluntad o el espíritu de las épocas que impide que la esperanza de la perpetuación de la especie, no solamente con fines procreativos, continúe. El retorno al Edén, pero más aún la reconstrucción del paraíso que nos fue arrebatado nos hace pensar que podemos regresar a la confortabilidad del vientre materno, pero si todos los hombres quisiéramos y pensáramos en este lugar de la misma manera no existiría la pluriculturalidad de la cual devienen las diferentes construcciones ideológicas y sociales, y muy seguramente, si esto no fuera así, ya hubiéramos podido llegar a él.

Como errantes en el desierto en busca de un oasis caminan los hombres que sueñan con las utopías y como bien conocemos, y de mejor manera por su cercanía y su legado al hombre de hoy, gracias al fracaso que supuso para el mejoramiento del porvenir del hombre la empresa de la modernidad, las utopías van conduciendo al hombre por un camino para luego arrojarlo a una lucha de voluntades que termina cuando una nueva voluntad pretende llevarse a cabo.

La utopía realizada no es otra cosa que un distopía, Bentham tenía razón, pues cuando el hombre la realiza, ésta –aunque no en el sentido utilitarista pues la mayoría no es la que se beneficia– sólo está en condición de favorecer a un grupo de personas. Ejemplos reales y ficticios de estos males más que bastarnos nos sobran, ya que no necesitamos de unos regímenes como los descritos por Orwell, Huxley o Skinner para sentir que el paraíso es mezquino, pues qué han sido para la humanidad el predominio de la religión que llevó al oscurantismo, la Alemania nazi, la Italia fascista y la Unión soviética. El hombre no puede erigir un paraíso si no está construyendo a la vez un infierno.

La República de Platón, como muchas otras idealizaciones no hubiera terminado siendo más que una distopía. Aunque Platón intente equilibrar al hombre y convertirlo en justo y templado, no encuentra otro camino que el del control absoluto de todas las esferas de su vida, prescindiendo incluso de los que no tengan el temperamento adecuado para su república. Desde el libro primero muestra que para llevar a cabo la correcta educación de los ciudadanos, se debe eliminar la injusticia, la cual, en muchos casos, viene por legado de la lírica de los poetas, y como se sabe, en su sistema filosófico la injusticia es maldad e ignorancia. Éste, sin embargo, no es el único problema que va a encontrar Platón con los artistas para no hacerlos libres participes de su república.

La creación de una ciudad sana involucraría solamente la provisión de comida, recinto, vestido y calzado para sus ciudadanos, a esto lo denomina necesidades básicas. Por otro lado, la adquisición de los lujos implicaría el aumento poblacional para que ésos puedan existir y con esto la inclusión de habitantes que no son indispensables. En este punto, se reconoce que para Platón las personas que puedan trabajar para proveer a los demás las necesidades básicas son bienvenidas en la ciudad, por esto, está dejando de lado, de manera muy consciente, a los artistas.

El recelo de Platón para con los artistas está arraigado en su sistema filosófico y tiene que ver con que para él éstos de manera directa o indirecta ponen en riesgo la búsqueda de la justicia y la verdad, que son profundamente importantes para el alma y así para la vida misma de los hombres.

Debido a la educación impartida a los hombres, la música llega primero a ellos que la gimnasia, y es gracias a los poetas y sus mitos, que sirven a los griegos como sistemas explicativos de la vida y el cosmos, que Platón considera que se interponen con la verdad. Es entendible esta consideración, y en primera instancia podemos ver cómo su voluntad se involucra en la idealización de una república en la que se expulse a los artistas pues la voluntad de éstos es opuesta.

No son solamente los poetas los que le propician obstáculos a Platón, pues los músicos componen melodías que influyen en el temperamento de los hombres y puede llevarlos a la embriaguez, la suavidad y la pereza. A pesar de que ya había hablado de las necesidades básicas de una ciudad sana, él reconoce a la música, tanto la lírica como la composición armónica, importante para la educación, es por esto que permite la estancia de esta clase de artistas, solamente si ellos acomodan su arte al servicio de la república, es decir, impartiendo contenidos que sean avalados como correctos y sanos por mano de los gobernantes, que son sabios en cuanto conocen lo que el pueblo necesita. El bien que aporta el poeta a los ciudadanos es crear mitos que moldeen las almas de los niños, de una manera adecuada, para que éstos, que no saben diferenciar en esta etapa temprana lo bueno de lo malo, crezcan solamente con el ideal de la justicia y la verdad en ellos. De igual forma, los músicos compondrán armonías y ritmos propios de la vida ordenada y valerosa.

Los artistas en su calidad de imitadores, deben procurar no imitar la maldad, intemperancia o vileza pues deben encontrar su fin en el amor de la belleza. Y si es así, los pintores en su ejercicio mimético no están al servicio de la belleza, pues lo imitativo se encuentra lejos de ser verdadero y éstos con su arte sólo consiguen la reproducción de formas y colores que engañan al que las ve y los hace confundir sobre la realidad. Éstos no prestan ningún bien a los ciudadanos de la república y por lo tanto son imprescindibles para la misma.

Si la república de Platón se hubiera convertido en nuestro paraíso, seguramente o todos habríamos cedido nuestra voluntad o ya se hubiera impuesto una nueva. Platón parece no reconocer que la naturaleza humana no se cambia interiormente amoldando al niño en su infancia y no mostrándole los aspectos, para él, negativos del mundo y la existencia. La función del artista, esencialmente, es la de retratar a la humanidad y lo circundante. El arte tiene un poder para transformar y en cierta medida para influenciar, pero no a todas las personas, Kandinsky a propósito de esto decía que el alma debía estar abierta al arte pues entre más cerrada estuviera menos iba a influir en ese ser, de igual manera toda manifestación artística no tiene un compromiso político y social, ni mucho menos con la verdad o la justicia.

La expulsión de los artistas demuestra lo que es en su esencia un estado represor y totalitario, pues si se pierde la libertad de expresar por medio del arte se está entregando la individualidad. Es difícil concebir un mundo sin artistas, y sin embargo aunque no vivamos en la república platónica aún podemos ver la marca de los legados ideológicos de su filosofía con relación al arte y que poco a poco han sido combatidos pero que aún son muy significativos. Pues si no fuera así, en la tradición occidental, no se seguiría preguntando por la relevancia del artista, la belleza material de la obra, el grado de verdad que encarna la obra con relación al mundo o la forma representativa o compositiva que va acompañada con el hacer arte.

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