El tedio más dulce: el paso del Spleen al Ennui en Charles Baudelaire
Entre la víscera y la melancolía
Esplín (del Inglés bazo, hipocondría), melancolía, tedio de la vida; en el uso griego, llamado también arcaico, splên, el cual denominaba al bazo, órgano concebido como el asiento de las emociones o pasiones, de ahí que en su designación inglesa también sea una víscera, pero a su vez un sustantivo: el mal humor, el temperamento irascible o el pesar. Asociada con la bilis negra según la teoría de los Humores que propuso Hipócrates el exceso de segregación de ésta producía en los individuos un sentimiento de melancolía; las teorías médicas se transformaron, pero la relación que se estableció entre las palabras splēn y melancolía perduró. La muerte por la bilis negra, la melancolía, la muerte por el spleen, un problema sin razón, un aquejo metafísico, el tedio de la vida; aunque el término se empleó en la literatura del Romanticismo le debemos su propagación al poeta simbolista Charles Baudelaire, el cual acuñaría la expresión y la incorporaría a sus poemas para designar una especie de melancolía existencial.
El Spleen de París
El Spleen se verá como una sensación intrínseca al hombre, una melancolía que se encuentra principalmente en la literatura del siglo XIX pero que se acuña como mal y termina por resurgir a través de las épocas y con características distintivas, resurge porque no desaparece, no se evanesce y aunque en ocasiones no se manifieste es una suerte de halo latente, pues hay algo subyacente y común que ha tenido la manera de experimentar el spleen a través del tiempo. Éste, para Baudelaire se manifiesta en el agobio que se convierte en el estado de relación del hombre con el mundo, ante su diario vivir el sujeto explora los caminos de la perplejidad y se envuelve en una quietud que lo hace casi inmóvil, pero el embriagamiento de la cotidianidad emerge como algo necesario que produce la vida moderna.
A quien como yo, así, viviendo no sabe tener vida, ¿qué le queda sino, como a mis pocos pares, la renuncia por modo y la contemplación por destino? No pudiendo tener fe en la abstracción del hombre, ni sabiendo siquiera qué hacer de ella ante nosotros, nos quedaba, como motivo de tener alma, la contemplación estética de la vida. (Pessoa,1997, p.13)
En su obra el spleen será más que una alusión a su estilo de vida, el de poeta y crítico de arte, pues la mostrará, al principio como una relación contemplativa de la vida para después convertirse en una suerte de mal o enfermedad que lo consume como hombre moderno.
Baudelaire nos enseña el cambio que sufrió París con la aparición de los grandes sitios de encuentro en los bulevares, donde hombres, mujeres y él mismo, salían a intoxicarse de multitud y a complacerse en los burdeles –donde el escritor encontraría en algunas de sus mujeres inspiración para escribir–, hasta que retornaba a la soledad de su habitación y sus escritos; el spleen se aparece peligrosamente en las noches iluminadas de una ciudad que retrasa sus horas de descanso para seducir al artista hasta lograr consumirlo, es así como se cristaliza como un síntoma, un sentimiento silencioso que, cuando los hombres logran percatarse, ya ha infectado todo el cuerpo.
El fracaso del proyecto de la modernidad introdujo entre los hombres una preocupación existencial, pues apareció la pregunta por la utilidad de la existencia, que se contrastó a su vez con los cambios políticos y sociales causados por las revoluciones y los desarrollos en diferentes áreas como la ciencia, la tecnología y la cultura. La incorporación de la vida moderna en la sociedad va a llevar al simbolista a los lugares de encuentro de los nuevos sujetos modernos hambrientos de estímulos, es así como surge un cambio en cuanto a las experiencias, pues ya no todo se consolidará como experiencia sino que pasará a convertirse en una vivencia [1]. La diferencia entre ambas radicará en el nivel de afectación y temporalidad en la vida del sujeto, así, en la experiencia se alude a las excitaciones sensoriales procedentes del mundo exterior que dejan huellas mnémicas que se depositan en las capas más profundas de su sistema anímico. Mientras que en la segunda, la vivencia se traduce en estímulos que neutralizados o debilitados por la conciencia son incorporados en la memoria del sujeto demanera accesoria o superficial. La vivencia se consolida como la manera de recepción en el nuevo estilo de vida de los bulevares que logra sobrepasar a la experiencia.
Correspondances: Multitud y Agobio
Baudelaire es un hombre que desde su escritura nos demuestra la sensibilidad y agudeza de los sentidos que posee. Él cree en las correspondances, entre ʻexperienciasʼ y ʻvivenciasʼ, donde en la experiencia parece remitirse aún a la vida tranquila, reflexiva y vivida, aspectos que cambian en las vivencias donde se nota el acoso del mundo moderno por ahogar en un mar de estímulos a los hombres y transformarlos en criaturas indiferentes a su entorno. El shock se consolida como algo propiamente moderno, pues son los estímulos que se apagan con facilidad y que son remplazados con estímulos nuevos los que agobiarán la cotidianidad.
Desde las voces de la naturaleza hasta el clamor de la ciudad, Baudelaire explora el goce de las luces nocturnas, del ruido de los autos que transitan a la par de las personas por las grandes avenidas y de las experiencias vendidas por los establecimientos que abren sus puertas al público. La vista, el oído, el olfato, el gusto y el tacto, se ven complacidos por una ciudad que acogió los ideales progresistas de la modernidad. Al leer a Baudelaire se puede pensar que éste añora la calma, que, claramente, no se encuentra presente en la ciudad, pero no es así, Baudelaire se fascina y se sumerge cada noche en la exploración cada vez más profunda de los productos que ofrece el ideal de vida moderno.
El poeta es el mismísimo pintor de la vida moderna. Un hombre que encuentra la belleza, de la que hablan los estetas, en la ciudad. Allí radica una diferencia importante con otros poetas, Baudelaire no vuelve a los encantos de la naturaleza para resaltarlos, él los usa para enaltecer a la ciudad. Siempre estará París con sus estímulos como punto de partida en su experimentación estética, algo evidente en sus obras de Cuadros Parisienses.
De esta forma, el crítico de arte y escritor sale en las noches a fundirse con la gente del bulevar, a pretender que es uno y mil hombres al tiempo, sin querer retornar a su cuarto.
Encontraremos su manera de experimentarlo en Las Muchedumbres de Pequeños poemas en prosa:
No a todos les es dado tomar un baño de multitud; gozar de la muchedumbre es un arte; y sólo puede darse a expensas del género humano un atracón de vitalidad aquel a quien un hada insufló en la cuna el gusto del disfraz y la careta, el odio del domicilio y la pasión del viaje.(p.12)
En las correspondencias Baudelaire se opone a los valores decadentes de la época burguesa con la jovialidad juvenil de la época de las divinidades paganas, las relaciones de simpatía o antipatía son los contrastes y diferencias que marcan a las correspondencias como el lenguaje de lo múltiple. Así, además de admirar la multitud, lo exótico que habita en ella y sus contrastes, la belleza se encuentra en la manera de ensamblaje de éstas.
La estética de La Carroña
Es de recalcar que a Baudelaire no le interesaba la belleza canónica de los clásicos, la búsqueda de nuevos encantamientos por el encuentro de bellezas exóticas dan placer a su vida, así expresa en el poema Una Carroña:
Y, por tanto, tú eres parecida a esta porquería,
a esta horrible infección,
estrella de mis ojos, sol de mi naturaleza,
tú, mi ángel y mi pasión.¡Sí! tal serás, oh, reina de las gracias,
después de los últimos sacramentos,
cuando irás bajo la hierba y las floraciones grasas,
a enmohecer entre las osamentas.Entonces, ¡oh, mi belleza! dile al gusano
que te comerá a besos,
que he guardado la forma y la esencia divina
de mis amores descompuestos. (p.38)
En la obra de Baudelaire hay una constante presencia y conciencia de la muerte, ésta se siente y se anuncia y será para él el gran shock que rompe con la vida para convertirse en una renovación de la misma, un llamado a la Danza Macabra, a la reivindicación prosística de los miedos burgueses, pues a lo anterior se contrapone el alejamiento de la experiencia de la muerte, del dolor, del padecimiento y de los rituales fúnebres en la época, pues aunque se presentaba en los medios periodísticos se va a encontrar tamizada debido a que la experiencia de la muerte es sustituida por la vivencia de la misma. “La belleza absoluta y lo eterno no existe, o más bien no es más que una abstracción de la superficie general de las bellezas diversas” (p.56), diría en Curiosidades estéticas.
Podemos pensar en la gran figura que antecedió al bucólico Baudelaire, el muerto por las alucinaciones del Deliriums Tremens, Edgar Allan Poe, que dará un lugar importantísimo a la muerte en su obra:
El gusano vencedor
¡Ved!; es noche de gala en estos últimos
años solitarios. Una multitud de ángeles alados,
adornados con velos y anegados en lágrimas,
se halla reunida en un teatro para contemplar
un drama de esperanzas y de temores mientras
la orquesta suspira por intervalos la música de
las esferas. […]Todas las luces se apagan, todas, todas.
Sobre cada forma todavía tiritante, el telón,
como un paño mortuorio, desciende con un ruido
de tempestad. Y los ángeles, todos pálidos
y macilentos se levantan y cubriéndose afirman
que ese drama es una tragedia que se
llama «El Hombre» de la cual el héroe es el
Gusano Vencedor! (p.299)
Devolver a la muerte su lugar central en la existencia, traer la conciencia de ésta a las reflexiones diurnas no es la fuente propiamente dicha del spleen, para Baudelaire la salida era representar el dolor o el horror por medio del arte, así, para él, toda obra es un texto que se puede leer e interpretar como el vestigio, el rastro o la marca de la modernidad presente que se convertirá en pasada: “¡Oh dolor! El tiempo devora la vida y el oscuro enemigo que nos roe el corazón con nuestra sangre crece y se fortifica.” (p.21)
El tedio salvaje, el Spleen romántico
Podemos ver en Las Flores del Mal, los males que abruman al poeta pero que a la vez es incapaz de dejar. A medida que Baudelaire cede a los estímulos de la noche parisina va abandonando su calma, tanto estética como mental. Las muchedumbres, fuente en un principio de regocijo, se convierten en una masa de desesperación: “Multitud, soledad: términos iguales y convertibles para el poeta activo y fecundo. El que no sabe poblar su soledad, tampoco sabe estar solo en una muchedumbre atareada” (p.40). Es propicio recordar que esta experiencia estética se remite a un cuento de Edgar Allan Poe llamado El Hombre de la multitud.
La modernidad lleva al artista a desposar la multitud, la de perderse entre la gente pero también la multiplicidad de sensaciones que nos entrega. Se encuentra belleza en la diversidad, se atrae por lo exótico de lo extraño, Baudelaire se mueve en dualismos y así es que su obra opera a través de los contrastes. La fascinación por los personajes marginales y la búsqueda de la esencia de la modernidad lo hace sumergirse en la multiplicidad de sensaciones y ser así víctima del shock que terminaría por destrozar sus nervios.
Spleen I: nada más insufrible que las rengas jornadas,
En que bajo los copos de nevadas eternas,
El tedio producido por el desinterés,
De la inmortalidad tomas las proporciones.Spleen II: […] Nada puede alegrarlo, ni batidas, ni halcones, ni este pueblo que muere al pie de su balcón,
la grotesca balada del bufón favorito
Ya no distrae la frente del enfermo cruel. (Spleen e Ideal, pp.88–89)
El alma aventurera de la que algún día tanto escribió se ve apaciguada por el hastío que le han producido tantos estímulos. Baudelaire ya no desea viajar, no puede dejar París aunque desea abandonarla y estar lejos de todo lo que en ella ha podido disfrutar en antaño. El spleen está presente:
Cuando el cielo bajo y grávido
pesa como una losa
Sobre el gimiente espíritu
presa de largos tedios,
Y el horizonte abarcando todo el círculo
Nos depara un día negro más
triste que las noches;Cuando la tierra se ha convertido
en un húmedo calabozo,
Donde la Esperanza, como un murciélago,
Se va dando golpes contra las paredes
con sus tímidas alas
Y chocando la cabeza con los techos podridos […] (p.89)
El paso del Spleen al Ennui, el tedio pasivo
El Ennui es el desarrollo de la melancolía, pues a medida de que esta avanza se convierte en un aburrimiento y un tedio de vivir. Este sentimiento al contrario del spleen se fundamenta en el hecho de que el hombre se da cuenta de lo importante que son sus acciones, pues estas labrarán el camino de su vida y al enfrentarse a este hecho el hombre entra en un estado de extrañeza con respecto al mundo y su propio destino. Como dice María Cecilia Salas: “El ennui, del cual es expresión la literatura francesa más destacada del siglo XIX, se puede leer como una variación del grave sentimiento de desierto y desamparo al cual se sentía arrojado el hombre moderno”(p.61). La representación desde la experiencia subjetiva del poeta en cuestión hace que se note la preponderancia del avance que hacen los hombres Europeos del spleen al ennui. Pues si en el spleen aún se tienen sentimientos ambivalentes con respecto a esa pregunta por la existencia, cuando pasa al ennui la extrañeza con las cosas que suceden a su alrededor es completa, “El spleen baudeleriano es análogo a la melancolía romántica, Para Baudelaire, el tedio (l’ennui) es el mal absoluto” (Berti, 2008, p.2)
Cuando este hastío se posesiona del cuerpo y el alma del artista lo obliga a tumbarse en cama por días, él ya no desea escribir, pero aun así, en los breves momentos que el ennui lo abandona, Baudelaire nos regala sus poemas más significativos. Mientras que el spleen es la autoconciencia que le evita dormir en las noches, el ennui se convierte en el insomnio creciente y la autoconciencia lo hace verdugo de sí mismo:
Yo soy la herida y el cuchillo,
La mejilla y el bofetón.
Yo soy los miembros y la rueda,
Y la víctima y el verdugo. (p.95)
Al encontrar sus nervios destruidos Baudelaire intenta buscar refugio, ya no en la luz del bulevar sino en la oscuridad de la noche, en la soledad de su habitación y así lo escribirá en su poema A la una de la mañana:
¡Solo por fin! Ya no se oye más que el rodar de algunos coches rezagados y derrengados. Por unas horas hemos de poseer el silencio, si no el reposo. ¡Por fin desapareció la tiranía del rostro humano, y ya sólo por mí sufriré!
¡Por fin! Ya se me consiente descansar en un baño de tinieblas. Lo primero, doble vuelta al cerrojo. Me parece que esta vuelta de llave ha de aumentar mi soledad y fortalecer las barricadas que me separan actualmente del mundo. […] Descontento de todos, descontento de mí, quisiera rescatarme y cobrar un poco de orgullo en el silencio y en la soledad de la noche. Almas de los que amé, almas de los que canté, fortalecedme, sostenedme, alejad de mí la mentira y los vahos corruptores del mundo. (p.10)
Así, podemos observar que Baudelaire intenta escapar a la multitud, a lo urbano, a lo extraño que en un primer momento encantaba, de esta manera se propondrá encontrar en la embriaguez de la poesía, el opio y el vino, no la perdida de la consciencia y el camino hacia el olvido, sino el encuentro de la claridad que necesita para comprender lo que sucede a su alrededor.
Hay que estar siempre ebrio. Esto es lo único. Para no sentir el horrible fardo del tiempo que rompe vuestros hombros y os inclina hacia la tierra, hay que emborracharse sin tregua.
¿De qué? De vino, de poesía o de virtud, como gustéis. Pero embriagaos.
Y si alguna vez, en la escalera de un palacio, o en el borde de un foso, o en la soledad melancólica de vuestro cuarto despertáis ya disminuida o desaparecida la embriaguez, pedidle al viento, a la ola, a la estrella, al pájaro, al reloj, a todo lo que huye, a todo lo que canta, a todo lo que habla, preguntadle qué hora es.
Y el viento, la ola, la estrella, el pájaro, el reloj, os contestarán: “Es hora de embriagarse. Para no ser los esclavos martirizados por el tiempo, embriagaos constantemente. De vino, de poesía o de virtud, como gustéis.(p.43)
En El pintor de la vida Moderna, se hará la siguiente aseveración: La modernidad es lo transitorio, lo fugitivo, lo contigente, por esto la proposición del Viaje como un modo de escapar y su deseo de partir se encuentran con la meditación de que en todos los lugares dará igual, pues será arrastrado incesantemente al cuerpo social, pero vaya a donde vaya tampoco puede escapar de su conciencia, por esto la proposición de un viaje encubre su deseo de embriaguez como entrada al estado de reflexión y contemplación. La embriaguez tomará parte como intersticio del ennui, pues el hastío, como también es llamado, que lleva a su cuerpo a la quietud y turba su espíritu sin dejarle disfrutar de nada encuentra reposo cuando su relación con el mundo se ve mediada por la embriaguez.
Lo que siento es un desaliento inmenso, una insoportable sensación de estar aislado, el miedo continuo a una desgracia indefinida, un desconfiar por completo de mis fuerzas, una ausencia total de deseos, una imposibilidad de hallar algo que me distraiga. Sin cesar me pregunto: y esto ¿para qué? Y aquello ¿para qué? (p.143)
El ennui se convierte en el asco absoluto y en un odio indiscriminado, ya ni en los placeres de la contemplación encuentra Baudelaire una salida a este. El aburrimiento y el hastío tendrán sus diferencias, el spleen consiste en una tensión espiritual que tiende a desosegar la receptividad del sujeto. Baudelaire intenta trabajar pero el ennui le quita la iniciativa, perdiendo así su actitud contemplativa aunque no la reflexiva, no hay voluntad, ni deseo, sólo un desgano, tumbarse en la cama y tener conciencia de sus pensamientos, de sus pesares, la apatía gobierna.
En el infame zoológico de nuestros vicios, ¡Hay uno más feo, más malvado, más inmundo! Aunque él no hace gestos ni lanza grandes gritos, complacido haría de la tierra un despojo, y en un bostezo engulliría el mundo; ¡es el ennui! (p.7)
El tedio más dulce
Las experiencias del Spleen y el Ennui se han visto confundidas, al ser señaladas la una como la otra en diversas ocasiones para describir el acoso de la penuria; la melancolía y el tedio son las sensaciones prevalecientes en Baudelaire, aunque no las únicas sí marcan de manera fundamental su vida, son el efecto de la experiencia y la vivencia, del mismo talante de su obra su carácter es dicotómico pues como artista y crítico, sujeto contemplativo y sujeto reflexivo, hombre excitado y hombre embriagado, pensador de la muerte y absorto de la vida, ve transcurrir su existencia entre fracasos, afrentas y decadencia; la sobreestimulación y el amor por lo horrendo que le brindó los nuevos alcances de la modernidad lo arrastró a una muerte temprana a causa de la sífilis, si bien, aunque no pretendo reducir la obra de Baudelaire a su enfermedad sí intento recalcar algunos aspectos dignos de atención, el primero de ellos es que no se suicida y termina sus últimos días postrado en una cama, ya no por decisión sino por necesidad, para luego terminar sepultado al lado del padrastro con el que mantenía una relación turbulenta:
¿Suicidarse? ¡Oh, no! Eso es horrible. Tú no harías eso, pero puedes quedarte inmóvil y en silencio, por lo menos así no mientes. Puedes encerrarte en ti misma, aislarte. Así no tendrás que desempeñar roles, ni poner caras ni falsos gestos. Piensas, pero, ¿ves? La realidad es atravesada, tu escondite no es hermético, la vida se cuela por todas partes, estás obligada a reaccionar. Te entiendo Elisabeth, entiendo que estés en silencio, que estés inmóvil, que hayas situado esta falta de voluntad en un sistema fantástico. Te entiendo y te admiro. (Persona, 1966, Ingmar Bergman)
Tal vez así era en la disposición que debía culminar su cambiante relación con las correspondencias, la muerte como gran shock, la experiencia estética culminante, la que lo lograría alejar de la vida y los hombres modernos. Segundo, la correspondencia del bazo con la melancolía me inquieta, ya que la relación entre la víscera y el sentimiento no es solamente lingüística e histórica es padecida metafísica y físicamente por Baudelaire pues mientras su sistema inmune que tiene como centro de operaciones al bazo intenta defenderlo de los males que provoca su enfermedad él entabla relaciones intermediarias entre el Spleen y el mundo, como decía George Orwell: “No se puede experimentar un interés puramente estético por la enfermedad que a uno le está matando”. Tercero, ya en la última etapa de su enfermedad y, por ende, de su vida empieza a sufrir de afasia y hemiplejia, por lo tanto, su capacidad para entender y expresarse por medio del lenguaje se vieron afectadas siendo muy paradójico que sucediera esto a un hombre que con su prosa estaba redefiniendo lo moderno, por otro lado la parálisis de las que fue víctima se relacionan con el ennui y su característico estado de inmovilidad que se plantean, además, en una fase de depresión crónica, al respecto de la enfermedad de Baudelaire dirá Cioran en Silogismos de la amargura: “Baudelaire introdujo la fisiología en la poesía; Nietzsche, en la filosofía. Con ellos, los trastornos de los órganos se elevaron a canto y a concepto. Proscritos de la salud, a ellos les incumbía asegurar una carrera a la enfermedad.” (p.35)
Las transformaciones de la sensibilidad en Baudelaire nos permiten echar un vistazo a otros aspectos de la modernidad occidental, de cómo el progreso de la tecnología y la aglutinación urbana, no obstante llevaron al hombre a la fascinación y excitación de sus sentidos e intelecto en un primer momento para luego disgregarlo. El paso del tedio salvaje al tedio más dulce es una muestra de ello del análisis minucioso y preocupado, incluso obsesivo de sus propias sensaciones; el poeta de las flores enfermizas y el esteta de la monstruosidad nos regala a los hombres de la multitud que tanto terminó por despreciar su vida y su obra para que sigamos sintiéndonos reconocidos en ella y nos lleve a preguntarnos: ¿Para qué esto? ¿Para qué aquello?
[1] El análisis de estos conceptos los baso en el estudio de Leonardo Ordóñez Díaz en el libro Poesía y modernidad: spleen e ideal en la estética de Charles Baudelaire.